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En todo tiempo y lugar los seres humanos han existido formando grupos unidos por vínculos de sangre o parentesco más o menos directo. Estos grupos, a los que denominados familia, han existido siempre y han tenido que ir adaptándose a las condiciones de cada época en un mundo siempre cambiante. El papel del padre o de la madre, el acceso generalizado de la mujer al mundo laboral, las relaciones con los hijos, el número de miembros que la componen, las condiciones de vivienda y trabajo, la educación que se inicia en el jardín de infancia y se prolonga hasta la universidad, etc., son algunos de los muchos factores que muestran la capacidad de adaptación de la familia. Ni la sociedad en que vivimos ni aquella hacia la que caminamos permiten la pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado (AL.32).

Se vive una mayor conciencia de libertad, lo cual es positivo, pero aparecen otras instancias que no nos marcan prohibiciones sino que nos incitan a determinados elecciones que creemos realizar libremente y no es cierto. Por ejemplo el afán de consumir.

Se hace un llamamiento continuo a la tolerancia ya que hemos de vivir en un mundo cada vez más plural, lo cual es positivo, pero ello puede llevarnos a un relativismo que nos haga superficiales y escépticos.

Somos cada vez más conscientes de nuestros derechos, lo cual es positivo, pero no hacemos el mismo esfuerzo respecto a nuestros deberes y la autoridad aparece cada vez más cuestionada e impotente.

El aumento de nivel de vida nos hace disponer cada vez de más cosas lo cual es positivo, pero nos puede llevar a un consumismo compulsivo y esclavizante.

Cada vez tenemos más información acerca de todo, lo cual es positivo, pero no tenemos tiempo de procesar tal información con un juicio crítico y sereno.

Además, está muy difunda  la idea de que el matrimonio no tiene que ser una realidad permanente, con lo que el divorcio se acepta socialmente, no tanto como solución a situaciones dolorosas, sino como mecanismo de sustitución de una persona por otra, lo que representa una negación radical del amor en el sentido en que venimos definiéndolo en estos temas. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente.(AL.39). Esta relación, aún en el caso de que no perdure en el tiempo por no haber sido capaces de superar las dificultades, tampoco resulta sustituible y, si de esta unión ha nacido algún hijo, el lazo entre ellos se deberá mantener toda la vida, a pesar de los posibles enfrentamientos y dificultades.

Igualmente, la sexualidad es aceptada cada vez más como mero encuentro ocasional sin transcendencia ni compromiso y, rota su conexión con el matrimonio y la procreación, hace irrelevante la fidelidad. La limitación voluntaria del número de hijos, hasta el extremo de la aceptación social del aborto, está incidiendo sobre la familia en general, sometiéndola a fuertes tensiones y transformaciones: (familias de un solo hijo, matrimonios sucesivos, familias con hijos de diversas uniones, familias monoparentales, parejas de hecho, parejas del mismo sexo…).

Siempre han existido teóricos que, en virtud de la evolución de la sociedad, han pensado que la familia podría desaparecer como institución y sus funciones ser asumidas por otras instancias. Es cierto que, muchas de estas funciones que antes desarrollaba ya no las realiza: la familia ya no es una unidad de producción, ya no asume totalmente el cuidado y la asistencia de los familiares en situación de vejez o invalidez, organizada hoy por el estado; tampoco transmite de padres a hijos la enseñanza de oficios ni ocupaciones, etc.

La transmisión de la vida en laboratorio, a partir de elementos biológicos de personas desconocidas y la gestación de nuevas vidas a través de personas que no son sus padres, aunque posible de realizar, no deja de ser algo artificial que repugna a la sensibilidad de las personas, pero incluso en tales casos, aparecen vínculos discutidos entre los padres biológicos y los “vientres de alquiler”.

Durante algún tiempo se habló, también, de las comunas y del amor libre como sustitutivos de la familia. Son dos términos ya sin vigencia. Pero ha surgido otra concepción, la de las “parejas de hecho”, que no se plantea como sustitutiva de la familia, sino que más bien quiere gozar de su consideración. En un principio aludían a aquellas formadas por hombre y mujer que decidían convivir sin ningún lazo legal ni social, entendiendo que el amor es una cuestión estrictamente privada, no necesitada de reconocimiento. Pero, posteriormente lo de parejas de hecho se ha ampliado para incluir a la formada por personas de un mismo sexo, que reclaman el reconocimiento legal y social de su situación para que sea equiparable a la familiar, incluso con la posibilidad de adopción de niños. Pensamos que no es posible aceptar como familias a estas parejas, ya que carecen de la dimensión que hemos considerado fundamental: la transmisión de la vida. El que reclamen que así se las considere pone de manifiesto que la familia sigue considerándose como algo valioso.

Aunque la familia no cuenta con todos los apoyos sociales, lo que puede debilitarla, hay motivos para la esperanza: la familia basada en un amor auténtico sigue siendo un lugar privilegiado de relación personal. En un mundo en que la persona concreta cuenta poco, es sustituible, recambiable, es en la familia donde puede encontrar la mejor fuente de identificación personal. Los esposos, los padres, los hijos, se reconocen unos a otros como personas, se aman unos a otros por sí mismos, se aceptan como son.

Para ello, la pareja debe plantearse seriamente un proyecto de vida en común para vivir y desarrollar relaciones de matrimonio, de filiación, de fraternidad, de parentesco, con obligaciones y derechos de dependencia, de colaboración, de autoridad, de mutua ayuda, de intimidad, de exclusividad, etc., De ese modo se conseguirá una familia mejor y más auténtica, mediante una mayor igualdad entre los esposos y la desaparición de la subordinación de la mujer al hombre; mayor comprensión intergeneracional y capacidad de diálogo con los hijos; mayor sinceridad, autenticidad y naturalidad de las relaciones tanto entre los esposos como con hijos, sin represiones respecto a ningún tema, incluido el sexual; más medios materiales al alcance de la familia que nos facilitan mayor tiempo libre, acceso a la cultura, mejor información.