Mucha gente que se considera religiosa y cristiana vive como enfrentada a Dios, como si fuera un ser todopoderoso que nos vigila constantemente para castigarnos en cuanto dejemos de cumplir sus mandatos que se viven como una carga insoportable. El abandono de la religión es para muchos una especie de liberación, frente a un Dios que mermara las posibilidades de ser hombres. Negar a Dios para afirmar al hombre es una idea filosófica que ha arraigado fuertemente en el ambiente cultural en que nos movemos.
Pero ¿es correcta esta manera de ver a Dios y de comprender la relación del hombre con Dios? Vamos a buscar respuesta a esta pregunta en el relato de la creación en la Biblia. Es la página introductoria de la Biblia (Gn 1, 1-31; sobre todo los vs. 26-31). En medio de ese mundo maravilloso Dios pone al hombre. Lo crea “a su imagen y semejanza”, como queriendo tener un espejo de sí mismo, un alguien a quien comunicar lo que es Él. Y lo crea con la misión de dominar todo lo que existe, es decir para ser libre y capaz de continuar esa obra creadora suya: construir a lo largo de la historia un mundo bello y grande, una morada habitable para la gran familia humana. La gloria de Dios es que el hombre viva y que viva en plenitud, es decir en libertad y libremente lo ame.
El mismo Dios quiere ofrecer al hombre un modelo cercano para que éste comprenda mejor todo lo que puede dar de sí, de acuerdo con sus planes. Este modelo es Jesús, que nos invita a seguirlo, a recorrer su camino. Jesús no viene a imponer una ley a la que debamos someternos, sino a hacernos libres e hijos de Dios y por tanto hermanos. Nos equivocamos, por tanto, si pensamos que el Evangelio o el ser cristiano se reduce a una serie de mandatos y prohibiciones.
El plan de Dios sobre el hombre, se concreta aún más en su diferenciación sexual. El hombre no existe en un sentido general sino como varón o como mujer “Y creó Dios el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (Gn. 1, 27). El mismo libro del Génesis recoge otro relato de la creación, Génesis 2, 4-25. Este relato es una confesión de fe en el hombre como criatura de Dios. Pero un hombre a quien no basta dominar la tierra y todos los seres inferiores a él, sino que necesita un complemento a su nivel: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gn. 2, 23). Hombre y mujer son por sí mismos incompletos: están llamados por Dios a unirse en pareja y vivir en plenitud la existencia humana. Hombre y mujer están hechos por Dios el uno para el otro.
El sexo no aparece en este relato del Génesis como algo inferior ni pecaminoso, sino como algo esencialmente constitutivo de la naturaleza humana. El sexo es creación de Dios y, por tanto, bueno. El entender el sexo como algo inferior frente al espíritu o la inteligencia, que es lo superior, nace de concepciones filosóficas dualistas, cuando el ser humano debe considerarse como una unidad indivisible, que existe como hombre o como mujer. Tampoco tiene sentido pensar que haya ningún tipo de subordinación entre ambos sexos: varón y mujer son creados en pie de igualdad, aunque diferentes y complementarios.
Lo sexual trasciende e impregna toda la persona: su “espíritu”, su inteligencia, sus sentimientos, son también sexuados. Gracias a esta diferenciación puede darse la complementariedad de la pareja humana para que sean los dos una sola carne. Con ello queda expresada la profunda unión que se establece entre el hombre y la mujer unidos por el amor; un amor que se manifiesta a través del cuerpo.
Conviene subrayar la bondad básica de la sexualidad humana como don de Dios. No podemos entender la dimensión erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos. (AL.152). Esto no significa que toda acción o actitud sexual del hombre sea buena. Esta dimensión de la existencia puede desintegrarse de ese todo armónico que es el hombre a causa del pecado; puede convertirse en un absoluto u olvidar que es parte de un todo superior. El cuerpo del otro es con frecuencia manipulado, como una cosa que se retiene mientras brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. (AL.152). Por ello ésta también está necesitada de la redención de Cristo.