«La sexualidad, vivida como comunicación desde esta profundidad humana y no solo a nivel instintivo, hace que el hombre y la mujer se sientan como dos seres complementarios «
Nuestra cultura ha estado tradicionalmente marcada por un cierto dualismo filosófico según el cual el ser humano está dividido en dos partes y es una mezcla de espíritu y carne. En el espíritu tiene su origen todo lo bueno que hay en el hombre; en la carne todo lo malo. « Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad » (AL.157) El recelo frente a la carne –es decir, el cuerpo, lo instintivo, lo sexual- no es sólo algo teórico sino que ha estado bien arraigado en la conciencia de mucha gente. Todo lo relacionado con el sexo se consideraba malo, sucio, grosero, difícil de justificar. Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas.(AL.150)
Esta forma de ver las cosas ha desaparecido casi por completo al abandonarse la visión dualista del hombre, aunque se ha pasado a una situación confusa, al considerar la sexualidad, desconectada de cualquier función unitiva o procreadora, como absoluta tendencia al goce. Ello trae consigo la expansión de lo sexual, que deja de sentirse como algo obsceno para manifestarse públicamente de forma avasalladora, al mismo tiempo que se banaliza rebajándolo a la mera satisfacción de un apetito o al simple alivio de una necesidad fisiológica. Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende a banalizarse y a empobrecerse.(AL.280). También se ha convertido el sexo en un objeto de consumo: el excitar el instinto sexual es una buena forma de “vender” cualquier producto. Frente a todo ello hay que proclamar que, ni obscena ni banal, la sexualidad es una dimensión esencial del ser humano.
La sexualidad humana no es modo alguno igual a la animal. En el animal el sexo es el instinto reproductor, la fuerza que se manifiesta en determinadas épocas de la vida y lo arrastra al apareamiento con el otro sexo. Es algo incontrolable, que actúa a nivel biológico. En el ser humano, en cambio, el instinto sexual no se limita a las épocas de celo. Y, aunque posee también esa dimensión pulsional o biológica, es algo mucho más rico que afecta a la persona entera.
En este sentido, hay que distinguir la genitalidad de la sexualidad. La genitalidad se refiere a la base biológica de la sexualidad, al ejercicio de los instintos sexuales. Pero ésta no es la única forma de vivir la sexualidad. Porque la sexualidad se refiere a todo el conjunto de rasgos que determinan o caracterizan nuestro estilo peculiar de ser hombre o mujer.
El que el hombre y la mujer sean diferentes no quiere decir que tengan distintos derechos o dignidad. Sin embargo, la reacción contraria, expresada a veces a través de algunos movimientos feministas, al pretender una absoluta identificación de hombre y mujer, tampoco parece correcta: hombre y mujer son distintos en su forma de ser, pero iguales en derechos y dignidad. Es decir, están llamados a una unión cada vez más intensa, pero el riesgo está en pretender borrar las diferencias y esa distancia inevitable que hay entre los dos. Porque cada uno posee una dignidad propia e intransferible.(AL.155)
La distinta forma ser hombre y mujer tampoco tiene nada que ver con la capacidad intelectual ni con la aptitud para el trabajo. La diferencia entre hombre y mujer se establece en un plano más hondo y radical que es el que hace posible vivir la sexualidad como complementariedad. La unión plena de hombre y mujer, capaz de dar sentido a una vida en común y no a un fugaz goce, solo es posible porque cada uno encuentra en el otro, y solo en el otro, algo que lo complementa. La unión sexual, vivida de modo humano y santificada por el sacramento, es a su vez camino de crecimiento en la vida de la gracia para los esposos. (AL.74).
La sexualidad es en el ser humano un lenguaje, una forma de comunicación cuyo vehículo o instrumento es el cuerpo. Como lenguaje sirve para expresar la unión, la entrega, el amor, como acogida del otro y donación de sí mismo. La sexualidad está de modo inseparable al servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva en plenitud. (AL.156) Y en esto se diferencia radicalmente la sexualidad humana de la animal. La sexualidad humana adquiere su auténtico sentido cuando es integrada en una relación interpersonal de amor. Pero esta relación adquiere muchas formas o niveles, todos ellos impregnados de sexualidad. Cada persona tiene además sus formas propias que el otro debe saber entender o interpretar y responder también, todo ello mantenido en forma activa por ambos en una comunicación que no cae en la monotonía sino que descubre constantemente nuevos horizontes de ternura, de encuentro, de unidad.
La sexualidad, vivida como comunicación desde esta profundidad humana y no solo a nivel instintivo, hace que el hombre y la mujer se sientan como dos seres complementarios. La diferenciación entre varón y mujer, por una parte nos limita, pero por otra nos proyecta a la búsqueda de la pareja como complemento natural de nuestro propio ser. En el encuentro mutuo, hombre y mujer, se reconocen en plenitud como personas. Por tanto, la limitación sexual (ser mujer o ser varón) nos revela incompletos y nos impulsa a abrirnos al otro para sentirnos más humanos, más personas. Pero no a cualquier otro indiferenciado, sino a un otro único, exclusivo, irrepetible, a un tú que da sentido a mi yo.
Todo lo dicho hasta aquí vale también cuando la sexualidad se expresa a nivel de genitalidad, donde el intercambio sexual llega a su plenitud. Pero no todo acto sexual alcanza esa plenitud: para ello es necesario que forme parte de ese diálogo de amor, entrega y unión que es la relación sexual a todos los niveles. Si es mero intercambio corporal y búsqueda exclusiva de placer, entonces la comunicación sexual se desvirtúa, el lenguaje del cuerpo queda vacío de contenido, pierde su verdadero sentido y, al descubrirnos insatisfechos, podemos pensar que ello es así porque el otro es inadecuado y debe ser sustituido, cuando lo inadecuado es el contexto de la relación, que no es de amor sino de mero egoísmo.
Son muchos los conflictos matrimoniales, abiertos o latentes, que pueden tener su origen en una mala comprensión de la sexualidad, comprensión no sólo teórica, sino práctica. Porque el diálogo sexual tiene que ser ante todo eso, diálogo, no monólogo de una de las partes, o de las dos pero en lenguajes distintos. Ambos tienen que tomar parte activa –a todos los niveles, no sólo genital- de forma que nunca una de las partes se sienta dominada, utilizada o a expensas de la otra. Cuando la preciosa pertenencia recíproca se convierte en un dominio, « cambia esencialmente la estructura de comunión en la relación interpersonal » (AL.155). Lo sexual adquiere plenamente su sentido humano dentro de una relación total entre dos personas que se descubren como complementarias una de la otra y en ello encuentran su gozo, sin convertirse el uno para el otro en simple objeto productor de placer.
Por su hondura y por la dificultad de no haber sido educados debidamente desde la infancia, muchas parejas, incluso con bastantes años de vida en común, no acaban de encontrar la forma de vivir en plenitud esta dimensión tan importante de su ser y que afecta a lo más íntimo de su relación. Por ello, hay que añadir que se precisa una actitud de búsqueda y aceptar que, en la medida que el matrimonio va madurando y adquiriendo solidez, va entendiéndose mejor el significado de lo que aquí se expresa. El sentido profundo de la sexualidad humana tiene que ser vivido por la pareja de forma permanente. No es algo que se adquiere de una vez para siempre sino algo que se conquista día a día mediante la acogida del otro y la confianza en su bondad, la donación de sí mismo y la plena disponibilidad. Pero un amor auténtico no puede quedar encerrado en la mutua relación, sino que de ella extrae su fuerza expansiva, transformadora y fecunda.